Perdonados del pecado que nos condena

El perdón de los pecados es por gracia, una palabra pequeña pero maravillosa que marca un antes y un después en su existencia. Usted puede emprender una vida nueva, en respuesta a su sincero arrepentimiento. Y, de paso, tener asegurada la vida eterna. Es un regalo de Dios.

Fernando Alexis Jiménez | Director del Instituto Bíblico Ministerial

La historia es dramática. Comienza cuando Jean Valjean, a sus 27 años, es encarcelado por robar un pan. Estuvo en prisión 19 años y ese incidente lo persiguió toda su vida. Era como una sombra gigantesca que invadía incluso lo que pretendían ser sus sueños más tranquilos. Salió libre a los 46 años, con ganas de vivir.

La novela comienza en 1815, en Francia. Jean Valjean vivió momentos difíciles, pero se transformó en un hombre ejemplar, a pesar de que el inspector el Javert, siempre lo persiguió. Quería condenarlo de nuevo, llevarlo a prisión en cadena perpetua.

La historia se enmarca en el período de la restauración de la monarquía francesa, que tuvo lugar en la primera mitad del siglo XIX. Su tema gira en torno al bien, el mal, la ética, la justicia y la fe.

En 1862, Victor Hugo ya era un escritor consagrado. Tenía 60 años y habían pasado 31 desde la publicación de su otra gran obra: Nuestra Señora de París (Más conocida como El jorobado de Notre Dame).

En Francia, reinaba Napoleón III, el sobrino de Bonaparte. Era el período conocido como Segundo Imperio, del cual el autor fue un gran opositor. Faltaban, todavía, ocho años para el comienzo de la guerra franco prusiana que marcó, claramente, el declive del Imperio Napoleónico.

Cabe decir, para terminar esta parte, que la novela fue un verdadero éxito de librería en la época. Se ha mantenido vigente en el tiempo, por las enseñanzas que encierra.

¿EL ARGUMENTO LE SUENA FAMILIAR?

Piénselo por un instante. Todos hemos pecado. Unos en mayor medida que otros, pero hemos incurrido en trasgresiones a los mandatos de Dios.

El apóstol Pablo en su carta a los creyentes de Roma anota:

«Esta justicia de Dios llega, mediante la fe en Jesucristo, a todos los que creen. De hecho, no hay distinción, pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios.» (Romanos 3: 22, 23 1 NVI)

Y un poco más adelante en el texto, señala:

«Porque la paga del pecado es muerte, mientras que el regalo de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor.» (Romanos 6: 23 | NVI)

Y Satanás, nuestro adversario espiritual, consciente de nuestra pecaminosidad, nos acusa delante del Padre (Apocalipsis 12: 10) De hecho, cuando queremos reemprender una nueva vida, nos lanza acusaciones, dardos de fuego para poner tropiezo a nuestros propósitos (Efesios 6: 16)

LA FRUSTRACIÓN DE NO PODER CAMBIAR

Póngase en los zapatos de Jean Valjean: desea cambiar, pero hay un pasado que lo persigue y lo atormenta. Desde la perspectiva divina, estamos condenador a morir por nuestras trasgresiones. Sin embargo, el corazón que es engañoso, no nos deja tomar conciencia de los errores que cometemos y que nos distancian del Padre celestial (Jeremías 17: 9)

El teólogo y escritor norteamericano, George Raymond Knigh, anota:

“El problema grave de los seres humanos es que no quieren admitir las consecuencias de sus actos. O son incapaces de enfrentarse consigo mismos y evaluar correctamente sus acciones y los motivos que los originan. Podemos reconocer nuestros pecados, pero resulta más cómodo ponderar los pecados de otras personas. En efecto, usted puede hablar por horas de sus pecados y obtener cierta clase de sutil satisfacción de que tal vez los demás son peores que los suyos, o por lo menos, iguales.”

El problema es que el pecado nos hace esclavos. Nos lleva a una mazmorra de la que difícilmente podemos salir, al menos, no por nuestras fuerzas.

El apóstol Pablo lo explica de la siguiente manera

«¿Acaso no saben ustedes que cuando se entregan a alguien para obedecerlo, son esclavos de aquel a quien obedecen? Claro que lo son, ya sea del pecado que lleva a la muerte o de la obediencia que lleva a la justicia.» (Romanos 6: 16 | NVI)

De hecho, descubrió que, por muchos esfuerzos humanos, no podía escapar a la naturaleza pecaminosa:

«Así que descubro esta ley: que cuando quiero hacer el bien, me acompaña el mal. Porque en lo íntimo de mi ser me deleito en la Ley de Dios; pero me doy cuenta de que en los miembros de mi cuerpo hay otra ley, que es la ley del pecado. Esta ley lucha contra lo que considero bueno, y me tiene cautivo. ¡Soy un pobre miserable! ¿Quién me librará de este cuerpo sujeto a la muerte?» (Romanos 7:21–24 | NVI)

Lo más probable es que, al igual que el apóstol Pablo, ha vivido esta misma situación una y otra vez.

Lo que nos queda claro, es que estamos distanciados de Dios:

«Son las iniquidades de ustedes las que los separan de su Dios. Son estos pecados los que lo lleva a ocultar su rostro para no escuchar.» (Isaías 59: 2 | NVI)

¿Se da cuenta? Humanamente no podemos escapar de la condenación. Y lo cierto es que enfrentar la ira de Dios, distanciados de Él, nos torna en candidatos para el infierno que — dicho sea de paso — es real — (Mateo 24: 51; 5: 22; 10: 28)

¿CÓMO ESCAPAR DE LA CONDENACIÓN?

Permítanos citar nuevamente al teólogo y escritor norteamericano, George Raymond Knigh, por lo atinado de sus palabras al describir la situación:

“Como el pecado es una corrupción interna del corazón y la mente, nos mantiene en esclavitud. La vida diaria del hombre natural está manchada y deformada por el egoísmo que conduce a un comportamiento sin amor, tanto hacia Dios como hacia nuestros prójimos, los seres humanos. La esclavitud por definición implica impotencia y desamparo.”

Es aquí donde entra la gracia de Dios, la máxima manifestación de su amor.

Por mucho que nos esforcemos, resulta imposible que podamos vencer el pecado en sus diversas manifestaciones.

El Padre cargó en Jesús toda nuestra culpabilidad, para traernos perdón:

“Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios.” (2 Corintios 5: 21 | NVI)

El mismo apóstol Pablo desarrolla el tema y explica:

“Cristo nos rescató de la maldición de la Ley al hacerse maldición por nosotros, pues está escrito: «Maldito todo el que es colgado de un madero». Así sucedió para que, por medio de Cristo Jesús, la bendición prometida a Abraham llegara a las naciones, y para que por la fe recibiéramos el Espíritu según la promesa.” (Gálatas 3: 13, 14 | NVI)

Y a pesar de que merecíamos la condenación eterna, la Palabra enseña:

“Sin embargo, Dios nos dio vida en unión con Cristo, al perdonarnos todos los pecados y anular la deuda que teníamos pendiente por los requisitos de la Ley. Él anuló esa deuda que nos era adversa, clavándola en la cruz.”( Colosenses 2: 13, 14 | NVI)

La iniciativa de salvarnos proviene de Dios, no porque lo merezcamos (Romanos 5: 8–10; Colosenses 1: 21, 22)

APRÓPIESE DE LA GRACIA DE DIOS

Insistimos que, si podemos ser libres de nuestros pecados y emprender una nueva vida, no es por mérito alguno, sino por el amor infinito de Dios:

«Así manifestó Dios su amor entre nosotros: en que envió a su Hijo único al mundo para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados.» (1 Juan 4: 9, 10 | NVI)

Es por gracia, una palabra pequeña pero maravillosa que marca un antes y un después en su existencia. Usted puede emprender una vida nueva, en respuesta a su sincero arrepentimiento. Y, de paso, tener asegurada la vida eterna. Es un regalo de Dios.

Sin embargo, aunque la obra de perdón de los pecados ya la hizo Jesús en la cruz, es usted quien debe apropiarse de la gracia de Dios, de ese perdón ilimitado. Hágalo ahora. Reciba a Jesucristo en su vida.

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