No venda su condición de hijo de Dios por ceder al pecado

Estamos a tiempo para arrepentirnos cuando reconocemos nuestros pecados, que nos apartan de Dios.

Los creyentes podemos caer en el terrible equívoco de vender nuestra primogenitura por un plato de lentejas. ¿De qué manera podría ser esto? Compartimos algunos ejemplos. Es hora de arrepentirnos y reemprender una nueva vida.

Fernando Alexis Jiménez | Director del Instituto Bíblico Ministerial

En 1881 se publicó la novela “El príncipe y el mendigo” del escritor estadounidense Mark Twain. La historia gira en torno a dos niños, Tom Canty, un mendigo que vive en las calles de Londres, y Eduardo Tudor, el príncipe de Inglaterra, quienes son idénticos físicamente.

El día menos pensado y por casualidad, se encuentran y deciden intercambiar ropas. Lo que comienza como un juego inocente se convierte en una situación real cuando son incapaces de convencer a los demás de su verdadera identidad.

Tom se ve obligado a vivir la vida de Eduardo, rodeado de lujos, pero sin libertad. Debe aprender a comportarse como un príncipe y a lidiar con las intrigas políticas de la corte. Por su parte, Eduardo experimenta la dura realidad de la pobreza y la discriminación. Se enfrenta a la crueldad de las calles y a la indiferencia de la sociedad.

Los dos personajes de la narrativa aprenden valiosas lecciones sobre la vida, la compasión y la justicia. Tom descubre la responsabilidad que conlleva el poder, mientras que Eduardo comprende las dificultades que enfrenta el pueblo llano.

Una historia llena de aventuras, humor y crítica social. Es una historia que nos invita a reflexionar sobre la igualdad, la justicia social y la importancia de la bondad.

UNA HISTORIA REAL DE LA QUE APRENDEMOS

Cuando vamos a las Escrituras, encontramos la historia de alguien que renunció a su posición privilegiada como primogénito de Isaac. Me refiero a su hijo mayor, Esaú, cuyo relato leemos:

«Un día, cuando Jacob estaba preparando un guiso, Esaú llegó agotado del campo y le dijo: — Dame de comer de ese guiso rojizo, porque estoy muy cansado. (Por eso a Esaú se le llamó Edom.) — Véndeme primero tus derechos de hijo mayor — respondió Jacob. — Me estoy muriendo de hambre — contestó Esaú — , así que ¿de qué me sirven los derechos de primogénito? — Véndeme entonces los derechos bajo juramento — insistió Jacob. Esaú se lo juró y fue así como vendió a Jacob sus derechos de primogénito. Jacob, por su parte, dio a Esaú pan y guiso de lentejas. Luego de comer y beber, Esaú se levantó y se fue. De esta manera menospreció sus derechos de hijo mayor.» (Génesis 25: 29–34 | NVI)

En Latinoamérica solemos repetir que las cosas verdaderamente valiosas y que, en su momento no apreciamos, venimos a extrañarlas cuando no las tenemos a disposición.

Una ilustración que viene al caso, de igual manera, es el episodio número cuatro (8 de octubre de 1995) de la séptima temporada de Los Simpson, cuando en medio de una broma en la iglesia, Bart le vende su alma a su amigo Milhouse. Plasma el trato en un papel a cambio de cinco dólares.

Lisa, su hermana, le advierte a Bart que se va a arrepentir. Después de que el niño se empieza a dar cuenta de varios cambios en las acciones que lo afectan, experimenta angustia y, finalmente, consigue recuperar el trozo de papel tras varios esfuerzos. La redacción del guion corrió a cargo de Greg Daniels, quien se inspiró en una experiencia de su juventud en la que compró el alma de un acosador.

El episodio fue un éxito que llevó a millares de personas en todo el mundo a reflexionar acerca de su vida y su alma.

Ahora, traigo a colación las dos historias — la del príncipe y el mendigo y la venta del alma de Bart–, para acompasarla con lo ocurrido con Esaú. Fue grave. Igual que quizá ocurre con muchos de nosotros.

EL VALOR DE SER PRIMOGÉNITO

Quizá se pregunta por qué tanta relevancia le damos a renuncia a la primogenitura. Pues bien, en la cultura de esa época, el primogénito (el mayor de los hijos) recibía la primogenitura, la cual abarcaba el derecho de presidir la familia y heredar una parte doble de los bienes y de las tierras de su padre a la muerte de éste.

Era el hijo “el más importante”. Para demostrar tal significado, se necesita recordar que en el antiguo Israel la posición de primogénito era de vital importancia para una familia real. Sólo los primogénitos podían acceder al cargo de “rey”, por ejemplo.

En el caso de Esaú, prevaleció más lo temporal y lo material, que lo trascendente. Le restó importancia a su posición como primogénito.

Otro ejemplo lo encontramos en el libro del Éxodo, cuando los israelitas “vendieron su primogenitura” como pueblo escogido de Dios, para caer en la idolatría.

“Al ver los israelitas que Moisés tardaba en bajar del monte, fueron a reunirse con Aarón y le dijeron: — Tienes que hacernos dioses que marchen al frente de nosotros, porque a ese Moisés que nos sacó de Egipto, ¡no sabemos qué pudo haberle pasado! Aarón respondió: — Quítenles los aretes de oro a sus mujeres, a su hijos e hijas, y tráiganmelos. Todos los israelitas se quitaron los aretes de oro que llevaban puestos y se los llevaron a Aarón, 4 quien los recibió y los fundió; luego cinceló el oro fundido e hizo un ídolo en forma de becerro. Entonces exclamó el pueblo: «Israel, ¡aquí tienes a tus dioses que te sacaron de Egipto!». Cuando Aarón vio esto, construyó un altar enfrente del becerro y anunció: — Mañana haremos fiesta en honor del Señor. En efecto, al día siguiente los israelitas madrugaron y presentaron holocaustos y sacrificios de comunión. Luego el pueblo se sentó a comer y a beber, y se levantó para entregarse al desenfreno.” (Éxodo 32: 1–6 | NVI)

En la actualidad, la idea de «vender la primogenitura» puede aplicarse a diferentes situaciones en las que las personas renuncian a su relación con Dios por placeres temporales, valores mundanos o por seguir ideologías que van en contra de las enseñanzas de Dios.

¿CÓMO VENDEMOS LA PRIMOGENITURA?

Los creyentes podemos caer en el terrible equívoco de vender nuestra primogenitura por un plato de lentejas. ¿De qué manera podría ser esto? Compartimos algunos ejemplos:

=> Priorizar las posesiones materiales por encima de la vida espiritual.

=> Dejarse llevar por los placeres carnales y las adicciones.

=> Aceptar ideologías que niegan la existencia de Dios o que promueven valores contrarios a la ética cristiana.

Recuerde que la primogenitura de ser hijos de Dios constituye un regalo invaluable que conlleva grandes bendiciones. Renunciar a esa primogenitura a cambio de cosas pasajeras es un acto que puede tener graves consecuencias espirituales.

NO DESPRECIE EL SER HIJO DE DIOS

Fuimos hechos hijos de Dios no por nuestros propios esfuerzos, sino por la gracia de Dios. Por Su gracia, Jesús murió en la cruz para traer perdón de nuestros pecados y ofrecernos una nueva vida:

“Más a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hechos hijos de Dios.” (Juan 1: 12 | NVI)

También el apóstol Juan escribe:

«¡Fíjense qué gran amor nos ha dado el Padre, que se nos llame hijos de Dios! ¡Y lo somos! El mundo no nos conoce, precisamente, porque no lo conoció a él.» (1 Juan 3: 1 | NVI)

Sin duda, Esaú extrañó su condición de hijo sin la primogenitura que le asistía. Es decir, haber menospreciado esa condición.

En la historia del hijo pródigo (Lucas15:11–32), leemos que llega un momento en que el joven reconoce su error de haber dilapidado todo lo que, de manera insensata había pedido de su padre:

«Por fin recapacitó y se dijo: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen comida de sobra y yo aquí me muero de hambre! Me levantaré e iré a mi padre y le diré: Papá, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco que se me llame tu hijo; trátame como si fuera uno de tus jornaleros”. Así que emprendió el viaje y se fue a su padre.» (Lucas 15: 17–20 | NVI)

La gracia de Dios nos ofrece el perdón en respuesta a un sincero arrepentimiento. Igual en su vida. Quizá al igual que Esaú ha venido su primogenitura al pecado. Hoy es el día de acogernos a la gracia divina y emprender una nueva vida.

Es un proceso que lograremos y en el cual avanzaremos, no en nuestras fuerzas, sino en las que provienen de Él, nuestro amado Hacedor. Ábrale su corazón a Jesucristo como Señor y Salvador.

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