¿Habita el Espíritu Santo en su vida?

Cuando el Espíritu Santo del Señor ministra gracia, crea en nosotros una medida poco usual de fortaleza divina. Él transforma nuestro dolor en una plataforma desde la cual puede hacer su mejor obra.

Alrededor del Espíritu Santo se ha escrito mucho. Unos artículos sustentados en la Biblia, otros, en las emociones o lo que se denominan las experiencias personales. Ante la pregunta: ¿Mora el Espíritu Santo en su vida?, habrá quienes opinen que, a menos que se hable en lenguas, todavía no se tiene el sello del Espíritu. Pero, ¿realmente es así?

¿Qué aprendemos en la Palabra? Que somos sellados con el Espíritu de Dios tras haber creído en Jesús el Señor y Su obra redentora. Así lo indica el apóstol Pablo:

“También ustedes, luego de haber oído la palabra de verdad, que es el evangelio que los lleva a la salvación, y luego de haber creído en él, fueron sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es la garantía de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria.” (Efesios 1: 13, 14 | RVC)

El teólogo, Angus Stewart, al referirse a este pasaje, explica:

“Los sellados son los auténticos o genuinos hijos de Dios que llevan el nombre de Dios como profetas, sacerdotes y reyes. El Espíritu nos da testimonio de que somos de Cristo. Estamos sellados como aquellos que están eternamente seguros por la gracia todopoderosa de Dios. Detrás de todo esto y aún más básico para quien está sellado por el Espíritu, está la propiedad y la pertenencia. El Espíritu nos ha sellado porque Dios nos posee y le pertenecemos a través de la redención que Cristo hizo de nosotros. Con ese sello estampado sobre nosotros, tenemos el sello de los auténticos cristianos; somos los representantes de Dios; tenemos el testimonio del Espíritu Santo en nuestros corazones; y estamos seguros, porque estamos poseídos por el Dios Trino.”

¿Por qué fuimos sellados por el Señor, si traíamos como legado una enorme carga de pecado? La respuesta es sencilla: por la gracia de Dios. Un don inmerecido, proveniente del Padre.

EL ESPÍRITU SANTO EN NOSOTROS

Si el Espíritu Santo habita nuestro ser (Cf, 2 Corintios 5: 5; 2 Corintios 1: 21, 22; Efesios 5: 18), el Espíritu nos hace santos (santificados) delante del Padre.

El apóstol Pablo escribió a los creyentes de Roma:

“Pero ustedes no viven según las intenciones de la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios habita en ustedes. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. Pero si Cristo está en ustedes, el cuerpo está en verdad muerto a causa del pecado, pero el espíritu vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús vive en ustedes, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu que vive en ustedes.” (Romanos 8:9–11 | RVC)

El Espíritu nos acompaña en el proceso de transformación. Nos fortalece, guía y muestra la verdad.

El teólogo, John Piper, escribe:

“Ser cristiano es tener el Espíritu de Cristo. Por tanto, nadie es cristiano si no tiene el Espíritu Santo… uno de los efectos de esta extraordinaria, preciosa, dulce, poderosa y peculiar experiencia de ser llenos del Espíritu Santo es que estamos más listos, y somos más libres y valientes al dar testimonio de Cristo. La marca de un verdadero cristiano es la presencia del Espíritu Santo. No se puede ser cristiano si no se tiene el Espíritu. No hay cristianos que no tengan el Espíritu Santo. Estar lleno del Espíritu Santo es lo que todos los creyentes deben tratar de experimentar para disfrutar de la maravillosa y alentadora libertad, y del valor y poder que trae consigo.” (Citado en el portal “Volvamos al Evangelio”)

Antes de apropiarnos de la gracia de Dios y ser habitados por el Espíritu Santo, vivíamos en una situación de muerte espiritual:

  • Estábamos espiritualmente muertos (de acuerdo a Efesios 2:1 y 2:4).
  • Éramos incapaces de recibir las cosas del Espíritu (de acuerdo a 1 Corintios 2:14).
  • Estábamos en lo que Pablo llama la mente puesta en la carne, que no es capaz de someterse a Dios ni agradarle (de acuerdo a Romanos 8:7–8).
  • No teníamos el poder de cambiar nuestras voluntades, nuestros corazones, nuestras mentes ni nuestros afectos.
  • Estábamos completamente alejados de Dios.

¿Cómo recibimos entonces el Espíritu Santo? Fue un milagro. Fue gracia soberana: la gracia de Dios aplicada soberanamente a nosotros en nuestra impotencia.

Por la obra redentora de Jesús en la cruz, a quien recibimos en nuestro corazón como Señor y Salvador, nacemos en el Espíritu Santo (Cf. Juan 3: 1–14)

Podemos tener la certeza de que nos habita el Espíritu, porque ahora somos hijos de Dios:

“Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, ha nacido de Dios. Todo aquel que ama al que engendró, ama también al que ha sido engendrado por él. En esto sabemos que amamos a los hijos de Dios: en que amamos a Dios y obedecemos sus mandamientos. Pues éste es el amor a Dios: que obedezcamos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son difíciles de cumplir. Porque todo el que ha nacido de Dios vence al mundo. Y ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” (1 Juan 5: 1–5 | RVC)

Y el apóstol Pablo dice que somos templos del Espíritu:

“¿No saben que ustedes son templo de Dios, y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él, porque el templo de Dios es santo, y ustedes son ese templo.” (1 Corintios 3: 16, 17 | RVC)

Es esencial que tenga claridad en que usted es de Dios, por la gracia que nos cobijó a todos y de la que nos apropiarnos al recibir perdón de pecados y abrirle el corazón a Jesucristo. El Espíritu Santo mora en nosotros y debemos caminar con Él, que nos guía en cada nuevo paso.

ESPÍRITU SANTO NOS MINISTRA

Si partimos de la base de que el Espíritu Santo mora en nosotros por gracia y que ese maravilloso momento ocurre desde que aceptamos a Jesús como Señor y Salvador, podemos señalar algunas de las manifestaciones en nuestra vida, particularmente cuando enfrentamos momentos difíciles:

1.- El Espíritu Santo trae paz a nuestro mundo interior en medio de las crisis (1 Reyes 19: 1–13)

2.- El Espíritu Santo trae paz y fortaleza cuando nos asalta el temor (Hechos 20: 22–24)

3.- El Espíritu Santo nos permite entender la importancia de estar con Dios en la eternidad (Filipenses 1: 21, 22)

4.- El Espíritu Santo nos infunde valor ante las situaciones que están fuera de nuestro manejo (Hechos 27:1–9)

5.- El Espíritu Santo nos ministra en tiempos de dolor y aflicción (2 Corintios 12: 7–9)

¿Por qué nos ayuda el Espíritu Santo en los períodos de crisis? El autor cristiano, Charles Swindoll, responde de la siguiente manera:

“Desde el punto de vista humano, cuando sabemos que nos esperan problemas y aflicción, nos asustamos. Esto no ocurre cuando el Espíritu de Dios nos da la seguridad. El temor, simbólicamente podemos decir, huye de nosotros cuando el Espíritu nos comunica Su presencia y nos da una transfusión interna de su poder increíble. Es por gracia. El Dios de toda gracia nos ministra en medio del sufrimiento. Gracia para soportar. Gracia para manejar el dolor.”

Cuando el Espíritu Santo del Señor ministra gracia, crea en nosotros una medida poco usual de fortaleza divina. Él transforma nuestro dolor en una plataforma desde la cual puede hacer su mejor obra.

LA GRACIA DE DIOS, UN REGALO INMERECIDO

Si nos atenemos a nuestra vida de pecado, no tendríamos derecho alguno a la salvación. La expectación de muerte y de condenación son inevitables. Sin embargo, el amor de Dios llevó a que definiera un plan para evitar nuestra perdición eterna. Su Hijo Jesús materializó el plan redentor en la cruz:

“Con todo, él llevará sobre sí nuestros males, y sufrirá nuestros dolores, mientras nosotros creeremos que Dios lo ha azotado, lo ha herido y humillado. Pero él será herido por nuestros pecados; ¡molido por nuestras rebeliones! Sobre él vendrá el castigo de nuestra paz, y por su llaga seremos sanados. Todos perderemos el rumbo, como ovejas, y cada uno tomará su propio camino; pero el Señor descargará sobre él todo el peso de nuestros pecados. Se verá angustiado y afligido, pero jamás emitirá una queja; será llevado al matadero, como un cordero; y como oveja delante de sus trasquiladores se callará y no abrirá su boca.” (Isaías 53: 4–7 | RVC)

Una profecía de la antigüedad que se materializó en el Calvario, donde cada gota de sangre del amado Salvador, nos limpió de toda maldad. Murió para traernos la salvación.

Para salvar al mundo vino Jesús. Y anota el apóstol Juan:

“Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su nombre, les dio la potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.” (Juan 1: 12, 13 | RVC)

Sin embargo, Dios no obliga a nadie a creer. Es una decisión por la que debemos responder, como deducimos de la advertencia del Jesús el Señor:

“El que cree en el Hijo tiene vida eterna, pero el que se niega a creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios recae sobre él.” (Juan 3: 36 | RVC)

La posibilidad de nacer de nuevo (Cf. Juan 3: 3, 6–8) y emprender una nueva vida con el Señor, está en sus manos.

El único camino a la salvación, provisto por la gracia de Dios, es Jesucristo:

“Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, que es Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo.” (1 Timoteo 2: 5, 6; | Juan 5: 11, 12| RVC)

Hoy es el día de volver la mirada a Dios y, si no ha recibido a Jesucristo en su corazón, abrirle las puertas. El Señor no lo obligará, es una decisión que debe tomar hoy. Y es usted y nadie más que usted quien toma esa decisión.

@SalvosporlaGracia | ©Fernando Alexis Jiménez

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