Encontrar a Dios en el sufrimiento
El perdón de nuestros pecados es la plena manifestación de la gracia divina que está disponible para usted. Sin embargo, Dios no lo obligará a tomar esa decisión. Es usted quien debe apropiarse de la gracia.
La familia de Ángela María sintió que el mundo se hundía bajo sus pies cuando el médico, visiblemente apesadumbrado, les informó que la niña de seis años había muerto como consecuencia de las múltiples fracturas.
La pequeña fue arrollada por un conductor ebrio cuando jugaba frente a la casa de su abuela. En casa todo era alegría. Estaban preparando su cumpleaños.
El vehículo, descontrolado, se subió al andén y provocó la tragedia. Nadie en aquella pequeña ciudad centroamericana podría olvidar el suceso.
Linneth, la madre, estaba desconsolada. “A pesar del apoyo de mi esposo y de toda la familia, no encontraba explicación a lo sucedido. Pensé muchas cosas, incluso que Dios nos había abandonado”, relató.
Pasó muchas noches sin dormir, sin esperanza, preguntándole al Señor por qué había ocurrido todo aquello. “No podía concebir que alguien, alcoholizado, hubiese acabado con la vida de mi hijita. Todo me hacía recordarla”, describe con dolor al rememorar ese período.
Sin embargo, pese a todo lo previsible, Linneth tomó la decisión de perdonar al autor del homicidio, aunque él alegara que fue algo involuntario.
Así se lo hizo saber cuando lo visitó en la prisión. “Lo perdono”, le dijo y después lo abrazó. Un gesto que llamó poderosamente la atención y que, de paso, le trajo libertad.
El autor, Max Lucado, precisa lo siguiente:
«Cuando deja a sus adversarios en las manos de Dios, no está aprobando su mal comportamiento. Usted puede rechazar lo que alguien hizo sin que el resentimiento lo consuma. Perdonar no es excusar lo malo que nos han hecho.»
Lo que hizo Linneth fue someter el sufrimiento en manos de Dios y esperar que Él obrara. En ese camino, decidió perdonar a quien causó el dolor en la familia.
ENFRENTANDO EL SUFRIMIENTO
Las circunstancias adversas que desencadenan el sufrimiento son inevitables. El asunto, entonces, es asumir la actitud apropiada para enfrentar esos períodos de crisis. No en nuestras fuerzas, sino asidos de la mano de Dios.
El problema radica en que, generalmente, procuramos resolver los momentos conflictivos haciendo acopio de nuestras capacidades, raciocinio y habilidades. En este caso, la situación puede agravarse, porque inmersos en los problemas, generalmente no actuamos adecuadamente.
Alrededor de esos períodos que nos roban la paz y nos llevan al límite de la desesperación, el salmista escribió:
«Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en todos los problemas. Por eso no tenemos ningún temor. Aunque la tierra se estremezca, y los montes se hundan en el fondo del mar; aunque sus aguas bramen y se agiten, y los montes tiemblen ante su furia. ¡Con nosotros está el Señor de los ejércitos! ¡Nuestro refugio es el Dios de Jacob!» (Salmo 46:1–3, 7, 11 | RVC)
Una lectura cuidadosa del pasaje, nos revela varias premisas que deben animarnos:
- Cuando confiamos en Dios no sucumbimos a la zozobra.
- Dios está con nosotros sin importar las circunstancias por las que atravesamos.
- Culpar a Dios por lo que nos ocurre, no llenará el vacío ni nos permitirá superar la frustración.
- Nuestra responsabilidad en medio del sufrimiento es amar a Dios sin importar lo que suceda.
- Cuando confiamos en Dios en medio del sufrimiento, crecemos en la fe.
Puede que esté transitando por un desierto o alguna situación que amenaza con desestabilizarlo. Es en ese momento cuando su mirada debe volverse a Dios. En Él encontramos ayuda y fortaleza.
AUNQUE SE HAYA ENOJADO CON DIOS
Pensemos por un instante que, en medio del sufrimiento, usted sintió molestia con Dios, aun cuando Él no es el causante de la maldad del hombre. ¿Deja Dios de amarlo? Por supuesto que no. Él comprende la situación que está viviendo y sigue sintiendo por usted el amor y misericordia de siempre, como leemos en la Palabra:
“Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni las potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor que Dios nos ha mostrado en Cristo Jesús nuestro Señor.» (Romanos 8:37–39 | RVC)
El sufrimiento nos arrincona. Nos lleva a los extremos. Aviva en nuestro ser la sombra gigantesca del temor. Es el temor lo que impide que creamos en el Dios de poder obrando en medio de las circunstancias.
Recuerde que, aún en medio del dolor y el mal que pudieran causarnos, nuestro amado Padre puede sacar algo bueno a nuestro favor.
ACTITUD FRENTE AL SUFRIMIENTO
Ahora, cuando los momentos críticos tocan a nuestra puerta, debemos tomar una decisión. ¿Cuál es nuestra perspectiva frente a lo que nos está ocurriendo?
Podemos creer que todo se derrumba alrededor nuestro o, en segundo lugar y lo más aconsejable, asumir la convicción de que Dios tiene el control de toda circunstancia difícil.
Permítanos citar al autor cristiano, Larry Jones, cuando aborda el tema:
“En la tormenta o en la calma, Dios está presente. Dios obra en medio de cualquier circunstancia. Mantenga la firme convicción de que hay ayuda especial para aquellos que escogen hacer las cosas como Dios quiere.” (Citado en el libro “El secreto de los 15 segundos”)
Al depositar nuestra confianza en Dios, nos ayuda a asumir una actitud positiva, de fe, cuando las cosas no marchan bien. ¿Y qué tipo de confianza? De que el Señor puede transformar el curso de la historia, por contraria que parezca.
Recordemos al apóstol Pablo cuando escribe a los creyentes de Roma:
“Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman, es decir, de los que él ha llamado de acuerdo a su propósito.” (Romanos 8: 28 | RVC)
Sobre esa base, con ayuda de Dios, podemos conservar la serenidad. El apóstol Pedro recomienda:
«Descarguen en él todas sus angustias, porque él tiene cuidado de ustedes. Sean prudentes y manténganse atentos, porque su enemigo es el diablo, y él anda como un león rugiente, buscando a quien devorar. Pero ustedes, manténganse firmes y háganle frente. Sepan que en todo el mundo sus hermanos están enfrentando los mismos sufrimientos, pero el Dios de toda gracia, que en Cristo nos llamó a su gloria eterna, los perfeccionará, afirmará, fortalecerá y establecerá después de un breve sufrimiento.» (1 Pedro 5:7–10 | RVC)
Jamás pierda de vista una realidad: el mayor enemigo con el que debemos batallar diariamente es el temor. Es como una infección que contamina todo nuestro ser.
DIOS PELEA NUESTRAS BATALLAS
Cuando rendimos a Dios nuestro sufrimiento, Él toma control de todas las situaciones. Tenga presente lo que Dios dijo al pueblo de Israel cuando se encontraban rodeados por sus enemigos:
“Toda esta gente va a saber que el Señor no necesita de espadas ni de lanzas para salvarlos. La victoria es del Señor, y él va a ponerlos a ustedes en nuestras manos” (1 Samuel 17: 47 | RVC)
Puede que creamos estar a las puertas del desfallecimiento por las circunstancias que enfrentamos, pero en Dios hallamos fortaleza:
“Los jóvenes se fatigan y se cansan; los más fuertes flaquean y caen; pero los que confían en el Señor recobran las fuerzas y levantan el vuelo, como las águilas; corren, y no se cansan; caminan, y no se fatigan.” (Isaías 40: 30, 31 | RVC)
En ese orden de ideas, cuando entendemos que la batalla es de Dios y no nuestra, sabemos que Él nos dará la victoria, cualquiera sea el sufrimiento que enfrentemos.
Nuestras dificultades se convierten en una oportunidad para que Dios obre y manifieste Su poder y gloria. Por ese motivo, aunque las preocupaciones quieran tomar el control, debemos rendir esas condiciones difíciles a Dios, sabiendo que dejar de ser nuestros problemas y entran en la esfera divina.
No estamos solos. Debemos confiar porque el Señor está en control de todo.
En ese orden de ideas, encontramos en el Señor:
- Estabilidad
- Sanidad emocional
- Paz interior
Dios tiene cuidado de nosotros siempre, por ese motivo podemos afirmar que en medio del sufrimiento encontramos a nuestro Padre, expresándonos el amor incondicional.
LIBRES DEL SUFRIMIENTO DEL PECADO
Todos pecamos y el pecado trae sufrimiento. Nuestra inclinación es a la maldad.
Tras enviar juicio sobre la humanidad por su maldad, Dios deja clara la inclinación de todas las personas a obrar mal:
“No volveré a maldecir la tierra por causa del hombre, porque desde su juventud las intenciones del corazón del hombre son malas. Y tampoco volveré a destruir a todo ser vivo, como lo he hecho.” (Génesis 8: 21 | RVC)
El autor cristiano, Larry Jones, anota lo siguiente:
“El pecado y los pecados son dos cosas diferentes. El pecado es una condición. Como una infección en el cuerpo, el pecado es una invasión en los pensamientos. Es una grieta en los cimientos. Claro, la gente ha trivializado los pecados como si fueran travesuras. Pero el pecado es una enfermedad mortal con la que luchamos hasta el día que nos toca morir. Es por eso que la vida, la muerte y la resurrección de Cristo son tan importantes.”
El apóstol Pablo reconoció su proclividad pecaminosa cuando escribió:
“Entonces, aunque quiero hacer el bien, descubro esta ley: que el mal está en mí. Porque, según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero encuentro que hay otra ley en mis miembros, la cual se rebela contra la ley de mi mente y me tiene cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.” (Romanos 7: 21–23 | RVC)
Pero, ¿hay alguna solución frente a la pecaminosidad que nos separa de Dios? La respuesta contundente es sí.
Para evitar nuestra condenación eterna, Dios nos extendió Su gracia. Esa gracia maravillosa se manifiesta en el sacrificio de Jesús en la cruz, quien cargó con todos nuestros pecados, para traernos perdón y Salvación, como leemos en la Palabra:
«Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.» (Juan 3: 16, 17 | RVC)
El Señor Jesucristo nos libra de la ira de Dios y de la muerte (1 Tesalonicenses 1: 10) El apóstol Pablo escribió:
«Por tanto, no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu… «(Romanos 8: 1 | RVC)
Es la plena manifestación de la gracia divina que está disponible para usted. Sin embargo, Dios no lo obligará a tomar esa decisión. Es usted quien debe apropiarse de la gracia.
Hoy es el día para hacerlo: arrepentirse de sus pecados pasados, presentes y aún futuros, y recibir perdón ilimitado. Ábrale hoy las puertas de su corazón a Jesucristo. Es la mejor decisión que jamás podrá tomar.
© Fernando Alexis Jiménez | @SalvosporlaGracia
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